¿Un origen asiático?
Varios investigadores han notado el parecido entre los ejercicios toltecas y el Yoga; por ejemplo, Herta Rogg comenta:
“Es fascinante descubrir en las culturas (de México) descripciones de técnicas de purificación, control del aliento y meditación, guías éticas, votos de renuncia y vigilia, danzas, así como posturas estáticas y dinámicas, tal como son conocidas por los estudiantes de Yoga.”
(Yoga and prehispanic culture of Mesoamerica, Yoga Rahasya no. 1, 2003)
El parecido se menciona a veces en los artículos científicos como curiosidad, o insinuando la posibilidad de un contacto entre India y Mesoamérica, pero, pocos investigadores le han dedicado estudio serio, pues las academias niegan el difusionismo cultural interoceánico.
Cuando comparamos las imágenes de practicantes en el arte de Anáhuac con sus equivalentes de la India, surge la pregunta: ¿recibieron las prácticas toltecas alguna influencia del Yoga? Para responderla, hay que tomar en cuenta tres elementos: nuestra base biológica, el origen de los indoamericanos, y los contactos entre Asia y América a través del Océano Pacífico.
Las posturas y gestos físicos pertenecen al campo de la kinesia o comunicación no verbal. Este tipo de lenguaje tiene dos componentes: general y específico. El componente general es común a nuestra especie y se organiza en tres categorías:
1. Posturas, gestos y expresiones instintivas que acentúan el estado emocional, aprovechando las posibilidades expresivas del cuerpo del primate. Por ejemplo, una mano a modo de escudo expresa rechazo en todas las culturas, pues interpone una barrera; en cambio, una mano extendida expresa ofrenda o buena intención.
2. Ejercicios que desarrollan nuestro potencial físico. Los apretados resultados de las competencias deportivas internacionales muestran que el cuerpo y la psiquis del ser humano son básicamente iguales en toda la Tierra. Por lo tanto, en busca de agilidad, resistencia o fuerza, todas las culturas han creado sistemas de entrenamiento similares.
3. El tercer componente general del lenguaje no verbal, es la tendencia a abstraer, tanto la gesticulación enfática como los sistemas de entrenamiento, en códigos gestuales y de posturas, de los que el Yoga y los mudras de la India son los ejemplos más conocidos.
El lenguaje kinésico general es una respuesta universal a imperativos universales. Como afirman dos autores:
“Creer que el Yoga es exclusivo de la India es tan falaz como creer que la filosofía es propiedad de Grecia.”
(Serge de la Ferrière, Yug Yoga Yoguismo)
“El Yoga ha existido en todas las grandes culturas, con otro nombre y hasta con técnicas diferentes, pero con el mismo sentido: tratar de desarrollar las facultades del ser humano para permitirle afrontar su realidad. Así es que, tanto en la antigua América como en las culturas europeas, ha existido esta disciplina.”
(José Marcelli, La experiencia del Yoga)
En otras palabras: no necesitamos una importación de la India para explicar la presencia de sistemas de entrenamiento en el México antiguo, incluyendo detalles obvios, como mantener la espalda recta al meditar, o acompasar la respiración a los movimientos del cuerpo.
Posturas de poder de Egipto, Perú, India y México.
Sobre el componente general se imprimen dos tipos de influencias específicas: las heredadas y las intercambiadas. Las primeras proporcionan lo grueso del lenguaje cultural, mientras que las segundas bordan el detalle fino.
No hay que olvidar que, tal como han demostrado los genetistas, lingüistas, paleontólogos y arqueólogos, los primeros americanos procedían de Asia; llegaron a América en varias oleadas migratorias a través del puente de Bering, que unió a ambos continentes durante la época glacial. Aquellos migrantes portaban, dentro de su cultura, las técnicas psicofísicas propias de las sociedades nómadas. Al respecto, es significativo que un pueblo de transición como el inuit (esquimal), conserve prácticas similares al Yoga. Esta herencia explica el componente específico de los sistemas de entrenamiento de los pueblos que pertenecen a la macrocuenca cultural del Océano Pacífico.
Pero, cuando el parecido incluye detalles como un mismo símbolo o gesto asociado a determinada postura, es inevitable pensar en la posibilidad de intercambios puntuales, como observa Samuel Martí:
“La similitud de ciertas posiciones o ademanes de las manos de las deidades y danzantes mayas con sus colegas de la India nos precipita dentro de uno de los grandes problemas de la antropología americana: las posibles relaciones prehistóricas entre América y Asia.”
(Mudras, manos simbólicas en Asia y América)
El poblamiento masivo de América ocurrió cuando Asia y América estaban unidas por un puente de tierra.
Varadamudra, gesto de ofrenda, y Ushnisha, brote coronario, en estatuas de la India y México.
Aclaremos algo: la influencia cultural transpacífica no es hipotética. Milenios después que se hundiera el puente de Bering, se reanudó el contacto entre Asia y América, como prueban las docenas de anclas chinas descubiertas en las costas de California, el algodón americano cultivado en China desde tiempos remotos, y la comparación genética de comunidades humanas a ambos lados del océano. Tales contactos eran inevitables, considerando que los barcos hindúes y chinos de inicios de la era cristiana eran mayores y más confiables que las carabelas de Colón, y que los andinos y polinesios también desarrollaron embarcaciones capaces de la travesía oceánica. El asunto a definir no es si hubo influencia, sino cuán profunda fue.
Si el parecido fino entre las posturas de la India y Anáhuac se debe al intercambio cultural, surge otra pregunta: ¿qué pueblo fue el influyente? Para averiguarlo, tenemos que hacer un comparativo cronológico. Las más antiguas posturas intencionales del arte hindú aparecen en tres sellos de barro del siglo 17 antes de Cristo, encontrados en las ciudades de Mohenjo Daro y Harappa, en valle del río Indo. En ellos, vemos personajes en posturas de meditación similares a las que luego se incorporaron al Yoga. Esta evidencia sugiere que, para entonces, las posturas de poder ya formaban parte de la religión hindú.
Pero, hay que esperar casi mil años para que el sabio Yajñavalkya describa algunas posturas, aun sin clasificarlas como sistema. No fue sino hasta 2 o 3 siglos antes de Cristo, cuando Patañjali sistematizó por primera vez el Yoga; a partir de ahí, las posturas abundan en el arte hindú.
El panorama en México es diferente: desde los inicios de la cultura Tlatilco (del 2500 al 500 antes de Cristo) encontramos figurillas en posturas de meditación. En entierros fechados hacia el 1500 antes de Cristo, aparecen posturas tan complejas como las invertidas, no de modo casual, sino consistente con una práctica sistematizada. Poco después, los olmecas labran estatuillas en loto con doble cruce de piernas. Estos hallazgos implican que, antes del surgimiento del Yoga en la India, ya existía en México un sistema de posturas físicas completamente maduro. Por lo tanto, no es probable que las prácticas toltecas deriven del Yoga.
Si hubo influencia unilateral o recíproca entre Mesoamérica y la India, esta debió ser anterior al Periodo Epiclásico (siglos 8 a 11 después de Cristo), época en que surge el Chakmol en Mesoamérica, pues dicha postura no ha sido encontrada en la India.
Sellos de Mohenjo Daro y Harappa, India.
Figurillas preclásicas, Mesoamérica.