El cuerpo, imagen del Cosmos, lámina del Códice Vaticano 3728. El octaedro cósmico.

El cuerpo, imagen del Cosmos, lámina del Códice Vaticano 3738. El octaedro cósmico.

Un diseño cosmológico

La siguiente etapa de esta investigación comenzó en el 2002, cuando el escritor de temas toltecas Julio Diana Da Silva me comentó que percibía una estructura interna en las posturas de Kinam, y que esta parecía reflejar la cosmología tolteca (la organización del Universo en cuatro rumbos horizontales y tres niveles verticales, y su armonización a través del calendario). Su observación abrió una nueva dimensión en la comprensión del sistema; en efecto, las posturas estaban orientadas hacia los rumbos, pues estos representaban categorías de fenómenos, así como las técnicas y ritos con que los anahuacas intentaban manejarlos. Para entender la asociación, vale la pena dedicar unas palabras a aquella cosmología.

Los cuatro vehículos

En un intento por describir al Universo a partir de lo conocido, los anahuacas le proyectaron los atributos del cuerpo humano, como existencia física, vitalidad, movimiento, voluntad y fecundidad. Así sublimados, esos atributos se transformaron en “dioses” representativos de las principales fuerzas y leyes cósmicas. La relación llegó a ser tan estrecha, que el Universo se antropomorfizó, en tanto el cuerpo se elevó a la categoría de emblema cosmológico, como nota el investigador López Austin:

“Las concepciones relativas al cuerpo humano formaban parte de un sistema ideológico que se integraba a otros para formar una Cosmovisión.” (Cuerpo humano e ideología)

Siendo nuestra proyección, la forma que le atribuyeron al Cosmos también nos describe. Los anahuacas resumieron al Universo en la figura de la pirámide (no es casual que el territorio de Anáhuac esté cubierto con este tipo de construcciones), a la que desdoblaron para formar un octaedro o doble pirámide. El centro del octaedro se proyectaba hacia los rumbos cardinales, delimitando su base. Los rumbos tenían la siguiente orientación espacio-temporal:

• El sur (maya: Nojoltan, hacia la derecha; Witstlampa, hacia las espinas o rayos) se orientaba hacia la derecha y regía sobre el mediodía.
• El este (maya: Lak’intan, donde sale el Sol; náhuatl: Tlawistlampa, hacia la luz) se orientaba hacia el frente y regía sobre el amanecer.
• El norte (maya: Shamantan, hacia el desierto; náhuatl: Miktlampa, rumbo mortal) se orientaba hacia la izquierda y regía sobre la medianoche.
• El oeste (maya: Chik’intan, donde se pone el Sol; náhuatl: Siwatlampa, rumbo femenino) se orientaba hacia la espalda y regía sobre el atardecer.
• El centro (maya: Chumuktan, hacia el centro; náhuatl: Tla’kotlampa, el rumbo central) se orientaba hacia todos los rumbos a la vez, y regía sobre todos los horarios. Los cuatro rumbos poseen ciertas propiedades astronómicas derivadas del curso del Sol y los planetas, en las cuales los anahuacas encontraron las siguientes resonancias simbólicas con nuestros vehículos de expresión (los complejos funcionales psicofísicos que nos sostienen):
• Relacionaron al sur con el cuerpo físico (maya: Winkil; náhuatl: Tonakayotl, nuestro sostén) encargado de proporcionarnos base física, extraer energía del ambiente y transformarla en energía vital.
• Hacia el este ubicaron la vitalidad (maya: Ik; náhuatl: I’iotl, aliento), el vehículo encargado de distribuir por el organismo la energía obtenida por el cuerpo físico.
• El oeste es el rumbo del vehículo emocional (maya: Yolil; náhuatl: Teyolli), cuya función es concentrar cantidades extra de energía en los órganos y funciones que la requieren.
• El norte se asoció con la mente (maya: Naat; náhuatl: Mati), el vehículo que regula el flujo de las emociones para que no agoten la energía, y dirige el ahorro a propósitos superiores.

Los cuatro vehículos cardinales se integran en un quinto al que los nahuas llamaron Nawalli, doble, y los mayas Wai, nocturno, nuestro representante en el mundo del sueño. El nahual es un anhelo: el de completarnos para encontrar el propio centro; por ello, quedó simbolizado por el centro del octaedro. Es un vehículo potencial; no se desarrolla de modo espontáneo, sino a través de la armonización intencional de los otros cuatro. 

Los Tezcatlipocas, Códice Borgia. Descomposición de los vehículos tras la muerte, Códice Laúd.

Aplicado al cuerpo humano, el plano de la pirámide sirvió para distinguir cinco regiones:

• Atribuyeron al este nuestro lado frontal, asociado a la atención vigílica o cotidiana; por ello, orientaban sus mapas con el este hacia arriba.
• Nuestro oeste es la zona posterior del cuerpo, relacionada con la atención periférica u onírica.
• Nuestro sur es el lado derecho, el área de la atención puntual o focalizada en objetos.
• El norte es la región izquierda, sede de la atención sistémica o relacionante.
• El rumbo del centro fue asociado con el eje de equilibrio del cuerpo (la vertical del centro de gravedad), representativo del estado de concentración.

En Kinam, este simbolismo tiene uso práctico; por ejemplo, cuando nos piden que busquemos el este, no significa volvernos literalmente hacia ese punto cardinal, sino estar atentos.

Tres niveles

También los tres pisos de la alzada o corte vertical del octaedro cósmico se reflejan en nosotros, al representar las principales dimensiones de la conciencia.

• La pirámide inferior (maya: Mitnal; náhuatl: Miktlan, mundo mortal) es el subconsciente. Debido a que aflora en los sueños, su nombre náhuatl comparte raíz con el término Temiktli, ensueño. Lo representaban como una cueva, un ocelote o una corriente de agua.
• La pirámide superior (maya: Kaan, cielo; náhuatl: Topan, sobre nosotros) es la dimensión supraconsciente, simbolizada con diseños celestes y solares.
• El área donde ambas pirámides confluyen y se traslapan (maya: Kabain, el reptil de la tierra; náhuatl: Tlaltikpak, la superficie la tierra) es el mundo manifiesto y la atención vigílica o el consciente cotidiano, representado como un reptil.

Estas tres dimensiones no son ámbitos independientes, sino grados o manifestaciones de la misma entidad: el consciente cotidiano es la superficie del subconsciente, es decir, el área donde este interactúa con el aquí y ahora, mientras que el supraconsciente es el resultado de aplicar atención al subconsciente. Este tipo de atención se representaba como un personaje con una antorcha que penetra en una cueva. 

Representaciones del subconsciente y el supraconsciente, relieve olmeca y lámina del Chilam Balam de Chumayel.

Los tres pisos también prefiguran los niveles de nuestra fisiología, así como sus funciones principales y sus aplicaciones dentro de Kinam:

• El nivel o tren inferior lo componen las piernas y caderas, encargadas de proporcionar estabilidad y desplazamiento a la postura. Como este tren busca instintivamente el contacto con el suelo, lo relacionaban con la Tierra.
• El tracto medio está integrado por la zona sexual, el vientre y el torso. Su función es colocar el eje de equilibrio. Se organiza en dos regiones: desde la zona sexual al ombligo, y desde el ombligo al esternón. Como el impulso de la postura emana de su punto central, lo relacionaban con el Sol, nuestra fuente de energía.
• El tren superior incluye brazos, hombros, cuello y cabeza. Su función es dirigir la postura y marcar su intento. Lo asociaban a la Luna y las estrellas, emblemas de la mente.

Los planos de los tractos son perpendiculares entre sí: el eje de equilibrio corta en 90 grados al plano de gravedad, y es simbólicamente cortado por la atención, cuya función es romper la estaticidad. Varias posturas a las que llamo “cúbicas” aplican este diseño, al marcar ángulos rectos entre los ejes formados por las piernas, caderas, columna vertebral, hombros, brazos y dirección del rostro. El simbolismo astronómico también se aplica en Kinam; por ejemplo, la expresión “buscar tierra” significa cuidar el equilibrio. 

                                                                   Frank Díaz, Tenochtitlan 2020